Es un instrumento de cuerda frotada (que se toca con un arco) tradicional de Chile, nuestro país. Sus orígenes se remontan al periodo colonial, cuando los misioneros católicos europeos de diversas órdenes se volcaron a la tarea de evangelizar a los habitantes originales del continente americano, utilizando el poder del arte y la música como lenguaje en común. Con ellos llegaron instrumentos de cuerda, viento y percusión de diversas clases, los cuales los indígenas mostraron gran avidez en aprender tanto a interpretar como a fabricar, llegando a ser extremadamente hábiles en ello, como lo narran las crónicas de la época.
Algunos de estos instrumentos, originalmente utilizados en los contextos litúrgicos y de alabanza, fueron luego adoptados por los locales para el uso en la música vernácula, adquiriendo nuevas características introducidas por los constructores del nuevo mundo y sus materiales, pasando así a ser instrumentos de la tradición popular de los países americanos.
Es así, que a partir de un tipo de instrumentos llamados Vihuelas de Arco, surge el rabel chileno. Un instrumento de pequeñas dimensiones, similar en tamaño a un violín, pero de mástil más corto y grueso, con una caja de resonancia de cintura muy estrecha, costados anchos y tapas planas, teniendo en la cubierta frontal dos agujeros de resonancia llamados “oídos” en forma de “S”. Posee tres cuerdas que se apoyan sobre un peculiar puente, que a diferencia de los de las vihuelas de arco, violines y otros instrumentos, posee una pata que apoya sobre la tapa delantera del instrumento, mientras que la del lado de los bajos atraviesa la tapa por una pequeña ventana, cruzando la caja acústica hasta apoyarse en el fondo, dando al puente una forma semejante a la de un bastón.
Rabel, modelo colonial.
La señora Emelina Crespo viuda de Fuentes, ejecutando un rabel de su propiedad en la localidad de Cueva de León, San Javier, Región del Maule.
Fotografía archivo del profesor Manuel Dannemann R. 1961.
Este rabel es apoyado sobre las piernas en forma vertical, y tañido con un arco, que es una vara curva de madera, que posee crines de caballo tensada entre sus extremos. Se caracteriza el arco del rabel por ser corto (unos aproximados 50 cm) y tosco, además de usar en su extremo del talón, donde lo sostiene la mano, una clavija que cumple el propósito de tensar las cerdas de crin.
Su sonido es áspero y ronco, siendo descrito en los testimonios de quienes lo oyeron casi siempre con adjetivos como “lastimero”, “quejumbroso” y otros similares. Los textos que lo mencionan revelan que el rabel se utiliza como solista o en conjuntos para tocar danzas populares y melodías improvisadas, así como para acompañar el canto de quien lo tañe en tonadas, romances y otros. Tiene un rol relevante también en la tradición del Canto a lo Poeta, donde es uno de los instrumentos principales de acompañamiento, junto con el guitarrón chileno.
La existencia del rabel chileno está documentada desde el siglo XVII y su presencia abarcaba desde el Norte Chico hasta la Región de los Lagos. Sin embargo, ya a fines del siglo XIX por los cambios sociales provocados por la revolución industrial, permanece presente con fuerza y tradición principalmente en la zona central, más específicamente en la Región del Maule y parte de la Región de Ñuble. Es precisamente en Cueva de León, en el Maule, donde Raquel Barros y Manuel Dannemann encuentran en la década del 1960 a doña Emelina Crespo, la última cultora viva conocida de este instrumento.
Las grabaciones que fueron hechas de Doña Emelina en sus últimos años se convirtieron así en el único registro y vestigio de lo que la tradición centenaria de los rabelistas fue para Chile.
Ya en las últimas décadas del siglo XX, surgió el interés de recuperar este legado, sin cultores vivos que pudiesen traspasar la tradición a las nuevas generaciones. Cultores como Arturo Urbina con el grupo Cuncumén trabajaron arduamente en reconstruir las prácticas musicales perdidas, recopilando música, redescubriendo cómo podría interpretarse el instrumento a partir de las crónicas, narraciones y las grabaciones mencionadas. También tuvieron que dialogar con luthieres, rama de la artesanía incipiente en Chile en aquella época, para poder reconstruir el instrumento.
Si la cultura musical del rabel y su repertorio pudieron ser recuperados, es difícil decir lo mismo del rabel como tradición de artesanía y artefacto cultural. No siendo la artesanía valorada como patrimonio cultural y área de investigación, sino hasta los tiempos recientes, el rabel en la época actual fue construido por luthieres formados en tradiciones de otros instrumentos, como la guitarra española y el violín, quienes usaron el acervo técnico que poseían y sus conceptos sonoros propios de la época moderna para la construcción de estos nuevos rabeles.
Esto significó que los procesos constructivos del rabel chileno tradicional, las maderas utilizadas, la estética y visión artística de los constructores tradicionales del rabel fueran desconocidos o ignorados por completo, dando paso a curiosas confusiones como la idea del “rabel chilote” (que discutiremos en un artículo aparte) y a instrumentos que si bien tienen un parecido superficial con los rabeles existentes del pasado que tenemos como vestigio, son profundamente diferentes en su naturaleza y en su espíritu, por así decirlo.
Hoy en día, que la búsqueda de reconectarnos con nuestras tradiciones y de recuperar estos legados se entiende de una manera más integral y profunda, no cabe duda que recuperar la tradición artesanal de la construcción del rabel chileno, como parte de la luthería tradicional chilena y latinoamericana colonial es de una enorme relevancia cultural, a lo que pretendemos con este proyecto aportar nuestro humilde grano de arena.